Finalmente hoy, después de tanto tiempo, decidí que era el gran día para que Pascualina sea libre. Así que aquí está ella, en tinta y colores, pero también en letras y párrafos, esperando nuevos lectores que la acompañen en su aventura.
¡Adelante! Y gracias por leer...
“Todo viajero sabe que las estrellas son la luz que lleva a buen destino.”
Laura Gallego García, “El coleccionista de relojes extraordinarios”
Historieta:
Novela:
Pascualina miró por la
ventanilla. Afuera, el campo parecía interminable, extendiéndose hasta el
horizonte. Algunos árboles se animaban a asomarse de las arboledas salvajes,
aunque no se alejaban tanto del mundo que conocían, como lo habíamos hecho
nosotros.
-Te divertirás mucho más
que en casa, viéndome planchar el resto del día. ¡Tengo mucho para planchar!-
decía mamá.
-¡Estarás con tus
amigos!- insistía papá.
Eran fastidiosos; la niña
se cansaba de sus insistencias. Quería ir, porque le encantaba el campo; a
diferencia de la ciudad, era un lugar rebosante de naturaleza. Sus padres no
tomaban vacaciones: había muchas otras cosas más importantes por pagar, no
podían permitirse ese lujo.
Pero el problema eran sus
compañeros. Junto a ellos, se sentía más sola aún que en su hogar.
-¡Ey, Pascualina!- le
gritó un niño desde el asiento de atrás.- ¿dónde está tu otra tapa? ¡Tu otra
tapa para armar la tarta! Pas-cua-li-na.
Pascualina se mordió el
labio inferior, evitando la mirada burlona de su compañero. Por culpa de su
papá, el resto de su vida estaba castigada a lidiar con todo tipo de bromas
respecto a su nombre. Después de sus experiencias con los chicos de su grado,
decidió que la apodasen Lina. Era
tanta la resignación a su nombre que, desde hacía un año, se presentaba así; le
parecía más bonito, y lo mejor de todo: no dejaba espacio a las burlas.
Yo estaba junto a ella,
ocupando parte de su asiento y el contiguo, imitando cada uno de sus
movimientos. Soy una sombra. Llevo tanto tiempo en el mundo que desconozco mi
propio tiempo, pero nunca olvido a quienes acompaño. Las sombras no somos más
que fantasmas de la persona que se nos es designada, es decir, de nuestro reflejo. Estamos condenadas al silencio,
porque nadie nos escuchara, nadie nos mira. Nos olvidaron.
A pesar de todo, una
sombra debe querer a su reflejo. Y
Pascualina, aquella niña que se sentaba junto a mí, no es la excepción a la
regla. La observé, enojada y triste, apoyada contra la ventanilla, y sentí una
inmensa pena por ella. Ella se sentía tan sola como yo, y ese sentimiento de
tristeza y soledad nos unía en el silencio.
El micro escolar frenó de
repente, sobresaltándonos. Pascualina tomó su mochila y la apretó con fuerza en
su regazo cuando la maestra se apeó luciendo una amplia sonrisa. Casi al unísono,
los alumnos se levantaron con mucha prisa.
Pascualina fue la
anteúltima en salir; yo fui el último. El micro arrancó y se perdió en el
camino asfaltado, dejando una humareda tras su paso.
Los árboles se erguían
majestuosamente, ocultándonos del sol. Oímos el canto de las aves, e intentamos
buscarlas entre el retorcido ramaje que se entrelazaba sobre nuestras cabezas,
pero algo nos distrajo.
Una mariposa pasó volando
a poca distancia de nosotros, desplegando sus coloridas alas, de un azul
marino, en el matutino aire fresco. La niña nunca había visto una criatura como
aquella. La seguimos con la mirada, cautivados por su belleza.
A lo lejos, la maestra se
encaminaba con los demás alumnos al casco de la estancia, casi tan ansiosa como
ellos. Nadie se percataba de que Pascualina había quedado bastante más atrás,
buscando aves entre las ramas, y cautivándose por una mariposa de alas vivaces.
Pascualina miró por
última vez el camino que invitaba a la estancia. De inmediato, observó la
mariposa, que parecía bailar en el aire con gráciles movimientos. Se dirigía a
una arboleda, unos metros hacia la dirección contraria a la que debía ir.
Entonces, tomó una decisión.
Continuará...